Etiquetas

lunes, 8 de agosto de 2011

7 años...

Manuel se levanta, estira las sábanas y extiende cuidadosamente la colcha que había heredado de su abuela.
Se sitúa delante del espejo – bueno, delante de donde estuvo el espejo antes de romperse – y se peina... Mientras lo hace piensa que es una suerte ser calvo.
Sabía que todavía le quedaban seis años de mala suerte o quizás trece, porque la noche anterior – al intentar esquivar a un gato negro – chocó contra una farola y el retrovisor quedó hecho añicos.
¿Por qué había intentado esquivar al gato si la mala suerte ya la tenía?
Por lo que conozco de Manuel, es bastante posible que no quisiera esquivar al gato sino atacar a la farola, porque ese elemento del mobiliario urbano estaba colocado justos delante de la ventana de su dormitorio y con la luz que desprendía le era imposible dormir durante las calurosas noches de verano.
Hoy Manuel está contento, de un lado porque ha conseguido sobrevivir al primer año de mala suerte y, de otro lado, porque esa noche – sin farola – había podido descansar.
Concha, la novia de Manuel, lo ha estado esperando más de una hora en la cafetería en la que habían quedado para desayunar. Está enfada, en realidad está muy enfadada, porque a la hora que es ya no le dará tiempo de desayunar antes de ir al trabajo.
Cuando finalmente están juntos, Concha no puede reprimir su ira, pero él la calma y le explica que se ha quedado encerrado en el ascensor, que no tenía cobertura y que por más que gritaba y golpeaba la puerta ningún vecino acudía en su ayuda. Lo había pasado mal, muy mal: “La claustrofobia, ya sabes... antes de romper el espejo no la tenía... pero ahora no sé que me pasa...”.
Cuando se dirigía hacia su trabajo, después de desayunar, un chaval de unos veinte años pasó corriendo por su lado y le robó el maletín con el portátil en el que llevaba la presentación en Power Point con la que su empresa debía cerrar un trato con un cliente muy importante... Además, en el maletín llevaba el Pen drive con la copia de seguridad por si el ordenador sufría algún accidente.
El ladrón lo había tirado al suelo y al caer se golpeó contra el bordillo de la acera. El vendedor de un quiosco cercano vio toda la escena y no le dejó marchar antes de que llegara la policía y la ambulancia.
Por suerte para Manuel, el cliente entendió el problema y cambiaron el día de la reunión. El presidente de la empresa, que ya estaba familiarizado con la mala suerte de Manuel, le sugirió que no llevara el pen y el ordenador en el mismo maletín.
Pero el día todavía no había acabado.....
Cuando ya estaba de vuelta en casa, mientras preparaba la cena para un grupo de 17 amigos a los que había invitado para celebrar el haber sobrevivido al primer año de mala suerte, la policía lo llamó para comunicarle que habían detenido a un hombre que encajaba con la descripción del ladrón que le había robado el ordenador, y que debía ir a comisaría a identificarlo.
Manuel llamó a los amigos para desconvocar la cena, pero uno de ellos – porque un buen amigo siempre está cuando se necesita – se ofreció a organizarla en su casa.
Finalmente Manuel disfrutó de una cena fantástica con sus amigos..... Supongo que porque la mala suerte también duerme.
Pero en realidad, Manuel no es supersticioso, no cree en el mal de ojo ni en los gatos negros..... No cree en las tonterías tipo: “Romper un espejo da 7 años de mala suerte”.....
De hecho, en realidad, lo que Manuel sabe es aprovecharse de que los otros sean supersticiosos..... Manuel sabe fingir que le tiene miedo a la mala suerte..... Manuel sabe inventarse historias para no admitir que se ha quedado dormido, que no ha terminado el trabajo o que le da mucha pereza preparar la cena.
De hecho, es posible que algún día Manuel pierda la buena suerte y alguien le rompa la cara.....

viernes, 5 de agosto de 2011

Emilia (H/P)

Miró la hora, frunció el ceño y lanzó el artilugio contra la pared... Observó durante unos segundos los trozos separados del objeto, después se levantó del sofá y abandonó la casa dando un portazo.
Emilia debía tener nueve o diez años cuando vio a su padre lanzar un reloj contra la pared. A la pregunta: “¿Por qué haces eso, papá?”, el hombre respondió: “Porque el tiempo pasa demasiado deprisa... y así tengo la sensación de que lo puedo parar”.
La diferencia entre la acción de uno y otro, es que el padre lanzaba uno de aquellos relojes irrompibles que duraban toda la vida – incluso bañándote con él – mientras que lo que lanzaba Emilia era el teléfono móvil...
Nicolás – el chico que trabajaba en la tienda de telefonía móvil del barrio – conoció a Emilia hace un par de años. Al principio le pareció una persona seca, carente de vida, demasiado estirada para su edad e, incluso, demasiado ausente cuando estaba presente... Él, como hacía con todos los clientes, le sonreía cuando entraba en la tienda. La muchacha miraba los terminales de los diferentes expositores sin ninguna expresión en la cara, unos minutos después señalaba uno: “Quiero éste”, pagaba y marchaba sin prestar atención a las explicaciones del vendedor.
Con el tiempo – sin saber exactamente por qué – Nicolás empezó a sentirse atraído por ella. Cuando no tenía ningún cliente, salía del local para ver si la veía pasar... Incluso había llegado a tener fantasías eróticas con ella.
Por suerte no pasaba más de una semana sin que Emilia entrara en la tienda. Nicolás la miraba mientras ella iba de un expositor a otro, totalmente fría y ausente: “Quiero éste”.
Y, un buen día (bueno, un mal día para Nicolás), Emilia heredó el reloj de su padre y desapareció...
Helena